lunes, 27 de enero de 2014

Quizás, quizás, quizás...



Quizá cuando un bufón ríe es porque sabe que puede, quizá sólo quiere, quizá es divertido molestar y quizá es verdad esa leyenda de que ríe llorando; quizá llora porque duele sacar la miegdah tan prensada que tiene atorada desde la sagrada coronilla; quizá siente que al hincar su lengua, en el otro, se desquebraja y punza hasta estallar en la carcajada o en un risita; quizá un bufón también quiera en su lengua leprosa besos dulces y picantes como chile sin desvenar; quizá necesite abrazos, cálidas caricias, lamidas brutas, apretones infrahumanos, rasguños insondables, susurros poetas, besitos como los que se revientan en la panza de los bebes en sus cuerpo deforme y quizá quiera espantar con el mismo a quien le abrace y quizá cause gracia y quizá no...


Quizá gozo por esa alegría.
Quizá es insoportable ser bufón
Quizá me cure del pavor a los celos
Quizá crea con seguridad en lo que dudo
Quizá se me quite el miedo a dejarme querer
Quizá me desaparezca menos y sea constante en algo
Quizá ya no falte a bufón por miedo al salón de los espejos
Quizá deje la propiedad  y acepte que la indigencia recórrame cuerpo
Quizá puedo partir a donde quiero y dejar la placentera cobardía legalizada
Quizá déjeme llorar la alegría tan mortal con la que me sellan las sonrisas de niños
Quizá prefiero al bufón que a los estudios, pero no vale, quiza uno no se puede pasar toda la vida bailando sin saber bailar y haciendo lo que a uno le gusta, porque quizá el bufón no me abraza con páginas autorizadas que me llevan al vacío para que aprenda a caer “bien” y encajarme críticamente, ¡claro, quizás quizásss quizássssssss...




Dulce Herba Sum

Bufón que se ríe de mí


Idiotas que caminan el bosque en círculos, locos que se burlan de mi, de ti y en tus narices, locos bufones con ruido de colores, bufón sagrado descansando en las vías del tren que me llevará al sur.


Y por ahora aquí estoy, siendo guía de jóvenes contentos y descontentos, alegres y huraños, tiesos y flexibles, laxos y activos, suaves y rasposos. Y es que con tan sólo cinco años no me considero aún maestra, soy facilitadora y guía que muestra un posible camino a otros que quizá como yo buscan una luz que ilumine su andar. Y aquí estoy con la experiencia que me dejó la academia y el método científico de no repetir formas obsoletas de adquirir y acumular conocimiento, si no de facilitar el liberar todo el potencial creativo cubierto por densas capas que nos hacen rígidos, no moldeables.

Y yo viajando y creyendo y guiando y enterrando mis formas de siempre y sacando las nuevas a flor de piel y hueso. 
 
Que no me extraña que aún siga aquí queriendo dejar una semilla en otros, queriendo cumplir con una misión, con mi misión de vida quizá. Que después de experimentar durante veinte años en el laboratorio, continúe haciéndolo aquí en el Laboratorio de bufón, el Taller de Bufón, Teatro Bufo, como le llamaba antes. Que quizá esa es mi labor por ahora, experimentar con la realidad, con los métodos, con las formas sin forma, con la técnica sin técnica, experimentar conmigo misma para poder mostrar el camino a otros. Y que de pronto entre tanto descontento y desencanto valoro que exista un espacio donde pueda guiar a otros que como yo llegaron en una situación de crisis y que encuentran es este camino su razón de ser, de vivir, donde puedan recuperar quizá sus sueños olvidados o simplemente donde encuentren un espacio para divertirse.

Hay en mis ojos y mi sonrisa plumas rojas y azules que amenazan reírse de mí y de ti.


Reconozco la gran responsabilidad que implica el dirigir a un grupo de personas, que requiero de estar siempre alerta para mirar desde dónde estoy guiando ¿Desde mi enojo? ¿Desde mi víscera? ¿Desde mis miedos? ¿Desde mi egoísmo disfrazado de altruismo? Evito todo el tiempo que el taller de bufón sea una fábrica de “anitas y anitos bufoncitos”, conmigo en el mundo basta. Mi oficio ahora es re concebir las artes como una forma de reconocerme, de sanarme. He encontrado que lo más importante es observarme y luchar contra mi misma todo el tiempo para no terminar siendo todo eso contra lo cual grito, escupo, vocifero. Para no repetir los mismos círculos viciosos, para no infestar al mundo con mi propia mierda.

Hay en las líneas blancas y negras de mi cuerpo el aviso de que ahí huele a zorrillo, que el pájaro del trueno ha tronado los silbidos y el zorrillo se ha disfrazado de payaso o el payaso se ha disfrazado de zorrillo.


 Y ahora me queda seguir creyendo en eso que he construido, han sido casi siete años de experimentar, de conducir, de evolucionar. La re-Evolución Bufa ya comenzó y ahora viene más fuerte y más viva porque ya salió el sol. Tanto he cambiado en estos años, tanto he sanado y crecido que ya estoy más entera y con más certeza para bien caminar. Ya he tomado mis edades de la mano y con ellas tomo de la mano a aquellos que quieran cerrar los ojos, dejarse guiar y asomarse a lo conocido y desconocido de su propia historia. Y después de tantos años he logrado creer en lo que hago, en lo que soy, en lo que pienso, que estoy viendo y reconociendo con mis propios ojos el fruto de este trabajo, lo veo en la mirada trasparente de los jóvenes, en su hablar sereno y más sabio, en su cuerpo más libre y suelto para estar, jugar, llorar, explotar, en su rostro más claro.

Que el bufón sagrado se ha comido mi nariz roja, que sólo hay un tinte negro para delinear mis ojos y cuando broten mis lágrimas aparezca la llorona.


Y es en el FARO, en el salón de los espejos donde aprendemos a mirar al otro como si fuera yo mismo. Donde aprendemos a reconocernos y mirar nuestra sombra y nuestra luz, donde tocamos las infinitas capas de nuestra tierra, cielo e infierno. Con ellos he llorado, reído, blasfemado, con ellos he cantado, he sido otra vez niña, joven y anciana. Que hemos aprendido a reírnos de nuestras peores desgracias, de nuestros más grandes dolores. Que no es fácil ser guía de jóvenes inciertos, resentidos y tullidos del alma. Que no es fácil librarlos y librarme de los condicionamientos rancios de siglos de estupidez humana. Ahí en ese lugar también yo he mostrado mis miedos, mi lado más vulnerable, me he desnudado en cuerpo y alma y he dejado ver lo más frágil de mi ser, donde me he dejado golpear por el gran bufón encarnado en sus enojos. Y después de enjugarme las lágrimas me levanto más fuerte para jalar la yunta que a veces avanza, que a veces se atora.

Ay de mi llorona, llorona, que llora, que ríe, que canta, que se atreve a confrontarse y a ponerse con sansón a las patadas. Y qué fuerza que sale de la entraña y del enojo. Y qué fuerza sutil y poderosa de la energía femenina que deja que la penetren y ahí es donde el miedo revienta y asusta asomarse a la cueva sagrada del misterio de mi propia historia que bien puede ser tu historia.

Que el momento de integrar todo lo que soy y he aprendido en la vida ha llegado y es más claro. El arte, la danza, el bufón, el laboratorio. El arte de la ciencia para mezclar y cocinar un buen caldo que resulte transformador y sanador para quien lo ejecuta y para quien desde afuera lo saborea. Y más allá del discurso que siempre lanzo ¿qué razón de ser tiene hacer arte o ciencia si no surge de un algo genuino inherente al universo personal y humano? Es momento de aprender de los sabios maestros del butoh, del teatro y de la ciencia: experimentar disolver la delgada frontera entre teatro y danza, entre el movimiento y la palabra, sonido e imagen, arte y ciencia, ficción y realidad. Es momento de que el actor toque su propia santidad para alcanzar su estado puro. Es momento de Ser para alcanzar el estado de No Ser y recuperar el cuerpo que nos ha sido robado. Es momento de tocar la historia propia para despersonalizarse y tocar al espectador para que deje de serlo. Es momento de acariciar la propia locura para entender la locura del mundo. Es momento de reírse de uno mismo para espejear al mundo y dejar que el bufón se burle de nosotros, es momento de sanar para Ser Humano. 


Bufón que se ríe de mí y de ti, espejo-reflejo de tus propios miedos, de tus recuerdos olvidados, de tus anhelos incumplidos. 

Ana Lidia.

En el salón de los espejos


En el salón de los espejos, donde cantamos, lloramos, nos azotamos y extasiamos. Donde exploramos nuestras infinitas capas de tierra, de cielo e infierno. Donde reconocemos nuestras virtudes y defectos. Donde miramos al otro como si nos miráramos a nosotros mismos. Espejos unos de otros que van, que vienen, que vuelven, que se disuelven. El bufón escondido detrás de nuestro rostro esperando el momento para asestar un certero golpe en el ombligo sin centro. Música que sale del vacio de ser nada y ser todo. Gesto y movimiento que se funden en un sólo ritmo, el del corazón.